martes, 17 de mayo de 2022

  

      Fito Páez cierra una trilogía con un álbum íntimo de solo piano. 

 

Fito cumple y Páez dignifica. Salió el tercer álbum que el músico rosarino había prometido para completar una trilogía de discos editados en apenas seis meses, todos ellos conceptualmente diferentes, con lenguajes e instrumentaciones distintas, pero que, según la visión del autor, juntos componen una misma “obra grande” (los tres se editarán próximamente en una caja para fans y coleccionistas). El primero fue Los años salvajes (de impronta rockera y en banda), el segundo Futurología Arlt (orquestado, una suerte de soundtrack para una imaginaria puesta multidisciplinaria sobre Los siete locos) y ahora este The Golden Light (solo piano, nostálgico, grabado a base de improvisaciones). Tres Fitos, el mismo Páez.

Y probablemente, de manera inconsciente, este álbum, que funciona como epílogo de la trilogía, se podría decir que está atravesado por tres figuras paternas de aquellos tres Fitos. El padre de la niñez, Rodolfo Páez (el de sus primeros días frente al piano allá en la casona de Rosario); el padre de la juventud rabiosa, Charly García (el rockero que lo llevó de la mano a jugar a las grandes ligas); y el padre de la adultez, Gerardo Gandini (el maestro que unió la música erudita con la popular y que, como contó el mismo Páez alguna vez, le abrió las puertas de la libertad musical). 

A Gandini precisamente está dedicado el primer tema del álbum, “El mar de Gerardo”, un instrumental improvisado en el piano del living de su casa, “guiado” por el espíritu del compositor, director y músico argentino, con quien Páez no solo trabajó y grabó en numerosas ocasiones, sino que mantuvo una relación especial debajo de los escenarios durante años. “Vos tocá y no pienses”, dice Fito que le dijo Gerardo y ahí va él en la apertura de The Golden Light, con ocho minutos y tres segundos de delirio y misterio. 

Entonces, en uno de esos temas sin intro casi marca registrada, el segundo track, “Un ángel abrió alas”, la voz de Fito entra y canta: “Apareció la muerte así, medio loca, casi borracha”, casi jugando con el piano, sin ataduras, como poniendo en contexto al álbum. Y así sigue con “Diosa del sol”, en donde uno, si cierra los ojos, hasta se puede sentir en ese living donde todo esto comenzó, con Fito en el piano como anfitrión, aquí más juguetón, abierto a esas novelas de viajes ensoñadoras, citas y referencias: “En Nepal tocaste cuencos/ rezaste al cielo Tattoo You/ lloraste en Bagdad ante los templos/ bailaste la danza de los siete velos/ trasmutada en Salomé/ Ishtar en Babylon/ Saltaste de la Torre Eiffel/ bebiste en el Folies Bergère/ y en Granada te besó el fantasma del poeta muerto/ antes del fusilamiento”. 

A esta altura del disco, tema tres, uno ya está entregado a la exquisitez de escuchar a un pianista excelso, que pinta un cuadro sonoro con una paleta de colores infinita. En ese instante es que Páez decide cantar a capella, apenas con un murmullo de ciudad cosmopolita de fondo, “The Moon Over Manhattan”, en inglés. Una oda (zapada, recitada) a la Gran Manzana en la que recuerda haber escuchado allí a George Gershwin, a Talking Heads, a Sinatra, a Blondie y a Lou Reed. La luz dorada.

En la mitad del álbum, el segundo instrumental de solo piano (el tercero llegará para el cierre), “Cervecería Gorostarzu” e inmediatamente “Hogar”, una canción entregada a la melancolía eterna de sufrir de melancolía. “Tuve una infancia sin madre/ con primos corriendo aquí y allá/ La casa quedó vacía/ Cómo te extraño, papá”, canta Fito, mientras dobla su voz. “Apareció mi papá, el patio de mi casa en Rosario, mi mamá, mis primos, un poco del crecimiento en los años 70 y 80, esa pizzería donde iba con mi viejo”, cuenta Fito sobre la inspiración de este tema en la entrevista que será la próxima nota de tapa de Rolling Stone en Español.

Pegado a ese recuerdo paterno llega “Sus auriculares”, la canción que le escribió a Charly para sus 70 y que estrenó en el concierto ciento por ciento García que ofreció en el Teatro Colón, el año pasado, compuesto casi enteramente con frases que le dijo Charly a lo largo de la vida y con anécdotas compartidas. “Hablaba por los codos/ te miraba y ya te daba vuelta/ Fui su brujo aprendiz/ me enseñó que vivir/ es cagarse de hambre en la calle”… “Escribí lo que es/ lo que nadie quiere ver/ Dale a alguien una máscara y te dirá la verdad”… “Hay que hacer el estribillo/ para que cante la gente/ No juzgues a los demás/ ¿Y por casa cómo andás?”… “Me decía: ‘Hace mucho frío aquí arriba, Fito, en la cima de este mundo’/ A los giles ni cabida/ ayudalo al moribundo/ No escuches al impostor/ y no te olvides que la música/ no es de nadie”.

“Enciende el amor” es probablemente el tema más luminoso del álbum, en el que Páez juega con un par de acordes no más y muestra, como tantas otras veces, su capacidad para crear música ahí donde hacía dos minutos no había nada. En voz aquí lo acompaña Abril Olivera, una de las dos cantantes invitadas (la otra es Etta Craft, en «Diosa del sol»).

El final, como se anticipó, es con un instrumental (uno en la apertura, uno a la mitad, y uno al cierre), “The Golden Light”, y la sensación de haber vivido (compartido) el placer de estar ahí, al lado de Fito Páez, mientras toca, fluye, flota, en el piano de su hogar, mirando hacia atrás, pensando en las cosas que hizo y proyectando las cosas que hará.

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